En 2015, cuando M. Night Shyamalan estrenó ‘La visita‘, que acaba de llegar a Netflix, su carrera estaba de capa caída: acababa de salir de un par de fracasos de taquilla consecutivos (‘Airbender, el último guerrero’ y ‘After Earth’) que habían puesto punto y final a sus intenciones de adentrarse en los grandes presupuestos. Eran, además, dos películas en las que había desaparecido el sello personal del director que había caracterizado a éxitos como ‘El sexto sentido’ o ‘Señales’.
Por eso, para financiar ‘La visita’, Shyamalan tuvo que poner en riesgo su propio dinero: hipotecó su casa por cinco millones de dólares, y eso no fue todo. Una vez acabada, después de rodarla de forma totalmente independiente, ningún estudio la quería: era demasiado oscura. Hizo un remontaje donde la convirtió en prácticamente una comedia, pero tampoco funcionaba. Finalmente, un tercer montaje conservó elementos de las versiones anteriores, convirtiéndose en un thriller con elementos de comedia. Universal y Blumhouse la aceptaron y el estreno se convirtió en un éxito que recaudó casi cien millones de dólares.
En este excelente thriller, Shyamalan nos cuenta cómo dos hermanos son enviados a pasar una semana con sus abuelos, a quienes apenas conocen, a una granja remota. Al llegar a la casa de los abuelos, todo parece normal, pero pronto comienzan a suceder cosas extrañas. Los ancianos imponen reglas peculiares, como no salir de la habitación después de las 9:30 de la noche. Los chicos escuchan ruidos perturbadores y ven comportamientos alarmantes de sus abuelos, lo que los lleva a sospechar que algo está mal. Poco a poco, el comportamiento de los abuelos se vuelve cada vez más errático y siniestro.
El resultado de este intrigante punto de partida es una peliculita minúscula que, gracias a su concisión argumental y a su perverso sentido del humor, por momentos parece más un episodio de ‘Historias de la cripta’ que una película de terror comercial a uso. Un género que por entonces estaba a punto de verse reformulado para siempre gracias a películas como ‘La bruja’, de tono muy distinto a ésta, pero con una filosofía de producción comparable.
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