Depende de la fuente y el estudio, pero el ser humano ‘actual’ tiene unos 300.000 años. Es cuando se hallaron los restos más antiguos del Homo sapiens y podríamos pensar que, en tantísimos milenios, se les habría ocurrido asentarse, pero no. Para que el ser humano se quedara a vivir en un lugar, tuvieron que pasar cientos de miles de años y fue en el Neolítico cuando empezamos a fabricar las primeras casas. El cambio fue gradual, pero se han hallado importantes poblados en territorios orientales, europeos y asiáticos, siendo Çatalhöyük en Turquía o Jericó en Cisjordania dos de las primeras urbes relevantes.
Y esas primeras casas del Neolítico con entre 9.000 y 7.500 años no son tan diferentes de las que hacíamos hasta hace no tanto tiempo.
La revolución agrícola. Lo que ocurrió para que, definitivamente, la humanidad tomara la decisión de abandonar la vida nómada fue que descubrimos la agricultura. Hasta entonces, los seres humanos habíamos estado yendo de un lugar a otro en función de la temperatura. Era sencillo gracias a que podíamos ir cazando diferentes piezas para alimentarnos y ya había métodos para conservar la carne.
No es que un día dijésemos «a cultivar», sino que fue un proceso lento, con idas y venidas entre el sedentarismo y el nomadismo, pero al final, la humanidad se asentó. Esas primeras culturas agrícolas se dieron en Medio Oriente y no es casualidad que allí es donde se empezaran a construir las ciudades más antiguas de la humanidad.
Y el pastoreo. Todo fue parte de un proceso. Hubo un calentamiento global hace unos 10.000 años que provocó que, en diferentes zonas del planeta, las tribus decidieran asentarse en puntos en los que empezaron a florecer las primeras civilizaciones. Y junto a la agricultura, nació el pastoreo. Los nómadas ya habían completado la domesticación tanto de las ovejas como de las cabras, pero con los asentamientos, empezamos a criar tanto vacas como cerdos.
Y esto es importante porque con esas cuatro especies, ya había materia prima no sólo para conseguir alimento de forma regular entre la agricultura y la cría animal, sino también recursos para crear bienes con los que comerciar.
Bueno, pues nos quedamos. Aunque durante los periodos nómadas esos primeros humanos ya habían creado algún asentamiento, eran construcciones muy simples que consistían en unas ramas o huesos de mamut para sostener pieles. Eran refugios temporales para periodos de caza o para resguardarse del frío, pero las primeras canas aparecen a mediados del Neolítico.
Teniendo en cuenta esas mejoras en la temperatura, los humanos nos asentamos en zonas como valles cercanos a ríos y Jericó fue una de las primeras ciudades. También una de las primeras en montar una defensa, con la muralla más antigua encontrada. Otro de los nombres propios al hablar de las primeras ciudades es Çatalhöyük (que, según algunos investigadores, sería la primera ciudad).
Adosado sin vistas. Çatalhöyük abarcaba unas 12 hectáreas y cerca se encontraba el río Çarşamba, lo que unido a los suelos arcillosos, pudieron ser favorables para desarrollar esa agricultura temprana y algo interesante es que no tenían, al parecer, edificios públicos. Es decir, todos los edificios encontrados en el asentamiento eran de uso residencial. A lo largo de los años, las cifras de población variaron entre los 5.000 y 10.000 vecinos, pero sea como fuere, lo que sí sabemos es que vivían como si fueran abejas.
Todas las casas tenían una planta rectangular y estaban construidas en adobe. No tenían ventanas laterales, ya que estaban pegadas unas a otras y tampoco existían las calles. La entrada, pues, estaba en el techo, como una trampilla que, mediante una escalera, permitía entrar a la vivienda. No estaban excavadas en el suelo, sino levantadas, pero como en grupos de casas a los que se accedía mediante una escalera del suelo al techo del conjunto de casas y, después, cada una tenía su trampilla y escalera para acceder a cada vivienda individual.
Los materiales de construcción, aparte del barro sobre esteras vegetales para la estructura, incluían vigas de madera para los tejados y la ventilación se hacía por esa única abertura de entrada al hogar.
Habitaciones. A los primeros propietarios del Neolítico no le gustaban las líneas rectas, ya que las paredes y todos los elementos de obra están acabados en elementos circulares. Y lo cierto es que, más allá de la diferencia de ubicación de la puerta, estas casas no se diferenciaban mucho de otras que estuvimos utilizando hasta hace apenas unos siglos.
El núcleo de estas casas era una habitación central de unos 20 o 25 m² donde se hacía vida. Era donde se cocinaba, donde pasaban el tiempo y donde dormían en una especie de plataformas elevadas, que también servían para sentarse o trabajar. Estas casas podían tener habitaciones anexas que servían como almacén o taller en algunos casos y a las que se accedía no por arcos de la altura adecuada, sino por unas aberturas bajas.
Gestión de residuos. También interesante es que los arqueólogos no han encontrado basura dentro de estas primeras viviendas, pero sí muchos desperdicios como restos de comida, aguas residuales o ceniza en las zonas exteriores.
Pero no es que arrojaran la basura por la ventana superior, ya que esa zona inmediatamente sobre sus viviendas eran las calles, puntos de encuentro y, con el tiempo, la ubicación de una especie de espacios comunitarios en los que se llevarían a cabo actividades o donde se construirían hornos comunales.
Protocomunismo. Debido a la falta de fuentes escritas, todo lo que se diga sobre la estructura social de estos primeros asentamientos corresponde a teorías e hipótesis, pero esa falta de edificios más grandes que pudieran ejercer como edificios públicos indica que cada uno en la república independiente de su casa.
Parece que no había diferencias de poder entre los vecinos y que pudieran organizarse de forma cooperativa, con cada familia poseyendo una parte de la aldea y las tierras comunes.
Rituales. Lo que sí encontraron los arqueólogos fueron locales un poco más grandes que exhibían pinturas murales muy elaboradas. De nuevo, no está claro cuál era el propósito de estas habitaciones decoradas, pero es posible que se tratara de espacios dedicados a la realización de rituales. Bien de sus creencias, bien para llevar a cabo sus costumbres mortuorias.
Cuando alguien moría, se realizaba una especie de rito y lo interesante es que los cuerpos eran enterrados intramuros. Sí, dentro de las propias casas, normalmente bajo ese «salón» principal del hogar. Ahora bien, puede que, en cierto momento, los del Neolítico empezaran a diferenciar socialmente a algunos habitantes, ya que sólo algunos de esos cráneos tenían una franja de cinabrio pintada en el cráneo.
No está claro si eran pinturas que se aplicaban postmortem o si esos individuos ya llevaban una especie de diadema fabricada con cinabrio, que les habría dejado esas marcas craneales, pero es algo que está siendo motivo de estudio.
Imágenes | Nature, Catalhoyuk (John Swogger), Elelicht, Murat Özsoy 1958, Stipich Béla, Stipich Béla (2)
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