Los Juegos Olímpicos son la competición máxima para miles de atletas que se preparan durante años para rendir al máximo en una prueba que, en ocasiones, dura un instante. Para las ciudades y países anfitriones, esta celebración es la forma de exportar una imagen inmaculada para conseguir turistas. Es por ello que, aparte de mejorar las instalaciones deportivas, las ciudades que acogen los juegos se maquillan de arriba a abajo para encandilar a los visitantes.
En la Berlín de los Juegos Olímpicos de 1936, la idea no fue muy diferente. La capital de Alemania iba a ser la sede 20 años antes, en 1916, pero por el estallido de la Gran Guerra en 1914, el evento se canceló. Tras la finalización de la misma, de las sanciones al país germánico y del lavado de imagen de Alemania, la ciudad volvió a postularse como candidata a los Juegos Olímpicos. En 1931, poco antes de que Adolf Hitler se convirtiera en el Canciller de Alemania, se decidió que Berlín sería la sede de los Juegos Olímpicos de 1936.
En el momento de la decisión final, la capital alemana sólo tenía un rival: Barcelona. La decisión (y los acontecimientos posteriores en la Alemania de Hitler) no gustó a las autoridades españolas (ni a otras comisiones de diferentes países), por lo que España se negó a participar en los Juegos Olímpicos de 1936 y el gobierno de la Segunda República decidió que iba a organizar su propia competición, unas Olimpiadas paralelas para boicotear a los Juegos Olímpicos.
¿Su nombre? La Olimpiada Popular, que tenía el apoyo de varios países y se iba a celebrar el mismo verano del 36. Con lo que no contaba la ciudad condal era… con Francisco Franco.
Las Olimpiadas Nazis
Como decíamos al comienzo, los Juegos Olímpicos son una genial forma de vender la imagen tanto de una ciudad como de un país. En la retina colectiva están momentos como el encendido del pebetero en Barcelona 92, la inauguración de los Juegos de Londres 2012 por parte de James Bond o la espectacular ceremonia de Pekín 2008, por citar tres JJ. OO. recientes. Son momentos que quedarán para la historia y el aparato propagandístico de Hitler era plenamente consciente.
Gracias a ese afán por vender una imagen positiva de Alemania y debido a los avances tecnológicos, los Juegos Olímpicos de 1936 fueron los primeros que se emitieron en directo por televisión. También fueron los primeros en fotografiarse y grabarse en película a color, y todo contribuyó para mostrar una Alemania monumental, poderosa y… todo lo tolerante que el Tercer Reich podía ser, algo que se puede ver en el documental ‘Olimpiadas’, de 1938, como culmen de esa propaganda.
Era el nuevo Imperio Romano, o así se veían, algo que aprovecharon desde la maquinaria de propaganda para realizar unos relevos que llevaran la antorcha olímpica desde Atenas, sede de los primeros Juegos, hasta Berlín o la inauguración con el dirigible Hindenburg sobrevolando el estado olímpico.
También se dieron episodios tan sonados como que Hitler no saludara a Jesse Owens. El norteamericano se convirtió en un símbolo contra todo lo que la Alemania Nazi ya estaba promulgando. Y el gesto de Hitler fue esperado, pero no se habla tanto de que el candidato a la presidencia de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, tampoco lo recibió en la Casa Blanca… ni lo felicitó. ¿Motivo? Owens era negro y Roosevelt necesitaba el apoyo del sur.
Boicot y la Olimpiada Popular
Pero antes de todo esto, las ‘Olimpiadas Nazis‘ sufrieron un intento de boicot. Aunque no en profundidad, diferentes países ya conocían las políticas expansionistas de Alemania, así como las prácticas de persecución racial. De hecho, Gretel Bergmann era una de las mejores atletas alemanas, pero fue excluida debido a que era judía. Hubo países que buscaron otra sede para los Juegos y la Segunda República española decidió que era momento de actuar.
Con el dolor de haber perdido la sede aún candente, el Frente Popular y el Gobierno de Cataluña abogaron no sólo por no participar en los Juegos de Berlín, sino por la celebración de un evento paralelo: la Olimpiada Popular. Barcelona tenía la infraestructura y la sede principal iba a ser el Estadio Olímpico de Barcelona, el de Montjuïc, construido en 1927. La ciudad contaba con hoteles construidos para la Exposición Internacional de 1929 y estaba previsto que éstos se utilizaran como Villa Olímpica.
Con una ciudad bastante preparada para albergar un evento de esta magnitud gracias tanto a las condiciones climatológicas favorables como a la infraestructura ya existente, se enviaron las invitaciones y el programa. La recién nacida Olimpiada Popular se iba a celebrar del 19 al 26 de julio, por lo que terminaría una semana antes de los Juegos Olímpicos y, aunque no estaban boicoteando la fecha, puede que los deportistas que participaran en la primera no fueran a la segunda.
Y casi sale bien.
Segundo revés a los Juegos de Barcelona
La idea era albergar competiciones habituales, pero también celebrar eventos no competitivos como música, teatro o baile folclórico y muchos países respondieron a las invitaciones. Aparte de las delegaciones oficiales, muchos equipos se formaron a través de sindicatos, clubes y distintos partidos de izquierdas, pero lo sorprendente es que se inscribieron, aproximadamente, 6.000 atletas. En los Juegos Olímpicos de Berlín participaron 3.963 deportistas, también de 49 países, y habría sido curioso ver cómo los Juegos Olímpicos ‘oficiales’ tenían menos participantes que la Olimpiada Popular.
Entre las potencias que habrían asistido estaban Estados Unidos, Renio Unido, la Unión Soviética, Suecia, Argelia, Dinamarca, Bélgica, Noruega y hasta equipos de exiliados alemanes e italianos, entre otros. Incluso se registraron equipos que representaban a exiliados judíos. Todo estaba montado y bien planeado. La Olimpiada Popular tenía acto de apertura previsto e incluso una canción para desafiar a Hitler al estar compuesta por Hanns Eisler, un judío alemán exiliado, y ya había muchos atletas y asistentes en España preparados para el evento.
El 19 de julio estaba previsto el acto de apertura, pero un día antes estalló el levantamiento militar que dio inicio a la Guerra Civil. En una época en la que las noticias no viajaban con la inmediatez que ahora, debió ser desconcertante para todos, pero especialmente para los asistentes. Hubo deportistas que iban a ingresar al país a última hora, pero no pudieron hacerlo debido al cierre de las fronteras. Otros, como la delegación de gimnasia norteamericana, se despertaron en su hotel con el sonido de disparos.
Es algo que Bernard R. Danchik, capitán del equipo de gimnasia de Williamsburg, contó hace unos años, describiendo cómo pasaron varios días encerrados en el hotel, saliendo sólo a por provisiones y a participar en acto de apoyo a los republicanos. Las delegaciones se fueron yendo del país y el equipo de gimnasia de Danchik hizo lo propio, volviendo a Nueva York el 3 de agosto. Sin embargo, el entrenador Alfred Chakin regresó a España para unirse a las Brigadas Internacionales, pero fue capturado y ejecutado por los fascistas en 1938. Fue uno de los 200 deportistas que se quedaron o volvieron a España para luchar junto a las milicias obreras.
Mientras la Guerra Civil estalló en España, los que sí se celebraron fueron los Juegos Olímpicos de Berlín, los últimos antes de la Segunda Guerra Mundial y desde los que tuvieron que pasar 14 años para volver a tener una nueva edición, los de Londres de 1948. Y sí, desde hacía unos años había eventos populares alternativos a los Juegos Olímpicos para protestar por la visión aristócrata de los mismos, pero la Olimpiada Popular fue, directamente, un pulso a Alemania, Hitler y las motivaciones deportivas internacionales.
Imágenes | Fritz Lewy, Jordiferrer, Wikimedia