La de Iwao Hakamada es una de esas historias demoledoras, trágicas y de desenlace inesperadamente feliz que cuesta imaginar fuera de las páginas de una novela negra, la última serie noir de Netflix o un guion salido de Hollywood.
En 1968, cuando tenía 30 años, un tribunal japonés lo declaró culpable de cuatro asesinatos y un incendio, crímenes por los que lo condenó a la pena capital. El restante medio siglo de vida de este exboxeador transcurrió entre rejas, aislado y con el miedo constante de que llamasen a su puerta para llevarlo a la horca.
Ahora, con 88 años, los últimos diez vividos ya fuera de prisión por las dudas que sobrevuelan su caso, Hakamada ha logrado que un tribunal lo declare inocente. Lo ha hecho, precisa el diario japonés Asashi, tras asumir que probablemente tres de las pruebas principales que se usaron para juzgarlo hace ya casi 60 años se «fabricaron», incluida la confesión incriminatoria del propio Hakamada.
Remontándose a 1966
Para entender su historia hay que remontarse a 1966, cuando la policía encontró en una casa de Shizuoka, al oeste de Tokio, los cadáveres de un hombre, su esposa y sus dos hijos adolescentes. Los habían matado a puñaladas. El primero, el varón, estaba al frente de una planta de miso y las pesquisas acabaron apuntando a uno de sus empleados, un exboxeador de 30 años. Su nombre: Iwao Hakamada.
Dos meses después de los asesinatos y el incendio, lo arrestaron. En 1968 llegó la sentencia. El Tribunal de Distrito de Shizuoka lo declaró culpable de los delitos y lo condenó a la pena máxima: la horca. En su caso hubo sobre todo dos prueba clave: una confesión y varias prendas ensangrentadas que supuestamente pertenecían a Hakamada. Los agentes tardaron en aportarlas al caso. No las encontraron hasta un año después de la detención del boxeador, ocultas en un tanque de miso.
A pesar de la severidad de sentencia y los varapalos judiciales que ha ido recibiendo, la familia de Hakamada no se dio por vencida. Hubo una apelación infructuosa ante el Supremo y una petición de repetir el juicio, en 1981, ante la Corte Suprema. También esa instancia rechazó los intentos de sus abogados.
En 2008, cuatro décadas después de la sentencia inicial, la defensa pareció dar al fin con la tecla y planteó serias dudas sobre la validez de las pruebas que la Fiscalía había presentado contra el boxeador. El foco se centró en las prendas con sangre.
Los abogados recordaron que cuando se encontraron los tejidos ocultos en el tanque de miso, las manchas de sangre conservaban aún su color rojizo. Quizás parezca una cuestión sin importancia, pero ha resultado crucial. ¿El motivo? Los letrados han planteado una pregunta clave: ¿Cómo conservaban esa tonalidad tras estar un año escondidos en el tanque? «No son de Hakamada», concluyen.
Otra de las claves fue la confesión.
El exboxeador solo reconoció los crímenes tras casi tres semanas sometido, aseguraron más tarde sus abogados, a brutales interrogatorios que se prolongaban hasta 12 horas al día e incluían palizas. Una vez iniciado el juicio Hakamada volvió a reivindicar su inocencia. En el caso hubo más claves, como el ADN de las prendas del tanque, que según la defensa no se correspondía con el de Hakamada.
Los argumentos a favor de la inocencia del boxeador o que al menos arrojaban dudas sobre el juicio de 1968 fueron lo suficientemente firmes como para que en 2014 el juez Hiroaki Murayama decidiese que era «injusto» mantenerlo detenido en el corredor de la muerte. «La posibilidad de su inocencia ha quedado clara en un grado respetable«. Hakamada acabó liberado, a la esperar de un nuevo juicio.
Medios como la BBC o Efe aseguran que su largo paso por prisión le han dado un mérito dudoso: ser el preso que más tiempo ha pasado en el corredor de la muerte
Ahora cuida de él su hermana, de 91 años. Hakamada ya no está en un centro penitenciario, pero arrastra una pesada carga por sus años entre rejas, precisa The Guardian: un deterioro físico y mental relacionado con su largo cautiverio, bajo la amenaza constante de que lo ejecutaran. De hecho ni siquiera ha tenido que testificar durante las audiencias celebradas para el nuevo juicio. El tribunal lo eximió de esa obligación precisamente por su delicada salud mental.
Ni la duración del proceso ni la edad de Hakamada han permitido que los engranajes del sistema judicial se aceleraran. El nuevo juicio no se desbloqueó hasta marzo de 2023 y la sentencia no ha llegado hasta ahora, cuando el tribunal lo ha absuelto. No solo eso. El tribunal ha revocado la condena que mantuvo al exreo casi medio siglo en el corredor de la muerte al considerar que se había basado en pruebas que, todo indica, fueron «fabricadas», incluida la confesión de 1966.
Queda aún la duda de si los fiscales optarán o no por apelar el nuevo veredicto. Los abogados de Hakamada ya han pedido que se abstengan, dada su edad.
El caso es importante (y mediático) por algo más que sus detalles, cómo se desarrolló el juicio o los años que el exboxeador permaneció en la cárcel. En Japón no son frecuentes los nuevos juicios a presos con una condena a muerte.
El caso de Hakamada es de hecho el quinto en la historia reciente de Japón, desde la posguerra. A pesar de la notoriedad de su caso y que el país es uno de los pocos del G7 que mantiene la pena capital, las condenas a muerte cuentan con un alto respaldo social. Una encuesta elaborada por el Gobierno en 2019 concluyó que alrededor del 80% de los encuestados consideraban que era «inevitable».
Imágenes |Amnistía Internacional, Ethan Wilkinson (Unsplash) y Tim Photoguy (Unsplash)
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