Los de París no están siendo unos Juegos Olímpicos (JJOO) tranquilos para los nadadores. La suciedad del Sena ha obligado a suspender varios entrenamientos y a reprogramar las pruebas de triatlón. Incluso ha arrojado tales sombras sobre las competiciones previstas en el río que, en el momento de mayor confusión, llegó a deslizarse la posibilidad de que el triatlón acabase reducido a duatlón, solo con las carreras a pie y en bici. Todo indica que los nadadores de París2024 están teniendo que vérselas sin embargo con otro enemigo inesperado: la piscina del La Défense.
Y no por la calidad de sus aguas o los niveles de concentración de bacterias E. Coli y Enterococcus. No. El problema en esta ocasión son los metros de profundidad.
Unos JJOO parcos en récords. Quedan aún JJOO por delante, pero de momento la cita de París está destacando su parquedad en récords mundiales en natación. The New York Timesk publicaba ayer un balance que, si bien es temporal y no tiene por qué corresponderse con la foto final, resulta sugerente: durante los JJOO de Londres, en 2012, se batieron nueve récords mundiales de natación; en los de Río 2016 fueron ocho y en Tokio 2021 media docena. Ni hablar ya de los 23 récords de Pekín 2008 con los trajes de goma. Hasta ayer el contador de París 2024 estaba a cero. El primero lo ha obtenido Pan Zhanle en 100 m libres.
Casi una semana después del inicio de los Juegos, en las aguas de La Défense Arena de la capital gala apenas se han reescrito plusmarcas de talla global. Y eso que la cita cuenta con nadadores de primer nivel, como la australiana Ariarne Titmus, el francés Léon Marchand o la estadounidense Katie Ledecky, quienes llegan en su mejor momento, como demuestra que en París sí se están alcanzando récord olímpicos. El martes por ejemplo Kaylee McKeown coronó una plusmarca olímpica, pero se quedó por debajo del récord mundial de Regan Smith.
Cuestión de (plus)marcas. No es la única pista que sugiere que algo está pasando en la piscina de París. El País publicaba hace poco otra comparativa reveladora: la de las marcas registradas por los nadadores que se alzaron con el oro en los 200 metros libres a lo largo de los últimos ediciones de los JJOO.
En Atenas 2004 el oro se «pagaba» a 1:44.71, en Pekín 2008 a 1:42.96, en Londres 2012 a 1.43.14, en Río 2016 a 1:44,65, en Tokio 2020 a 1:44.22 y en París 2024 ha sido el rumano David Popovici quien se ha llevado la gloria de la prueba con una marca de 1:44.72, fracciones de segundo más que durante los últimos Juegos y sensiblemente por encima de los ganadores de las citas de 2008 y 2012.
«Esta piscina no es profunda». No todo son marcas y balances de récords mundiales. Los propios nadadores han dejado entrever que hay algo que parece chirriar en París 2024. Y algunos de los nombres más mediáticos de la disciplina han apuntado en la misma dirección: la de la piscina olímpica de La Defénse Arena de París, el estadio cubierto en el que normalmente juega el club Racing 92 y que ahora acoge el vaso prefabricado de acero inoxidable de Myrtha Pools en el que los nadadores se miden entre sí y retan a un enemigo común: el cronómetro.
«Esta piscina no es profunda, no tanto como las otras», reconocía el francés Leon Marchand, quien a pesar de haber brillado en los 400 metros estilos, con un oro y récord olímpico, se ha quedado con las ganas de reescribir la plusmarca mundial. No ha sido el único en comentar las características de la piscina de París.
«No cumple las reglas». Ledecky deslizó también que no es «lo suficiente» profunda y el español Hugo González incluso fue más allá y recordó que, «a día de hoy, no cumple con las reglas de World Aquatics». «Parece que se nota, aunque al final si es más lenta, es más lenta para todos, estamos en igualdad de condiciones», explicaba el español. Su reflexión es aplicable a la pugna entre los deportistas que nadan en sus respectivos carriles, todos en la misma piscina; pero no cuando se trata de ganar al otro rival en la pelea por las plusmarcas: el cronómetro.
¿No cumple las normas? La empresa que se ha encargado de la instalación de la piscina defiende que el vaso «cumple todas las normas». Es más, el fabricante, la firma italiana Myrtha Pools, tiene una larga experiencia en instalaciones olímpicas y el propio Marchand ha reconocido que —si bien resulta poco honda— el vaso es «top». Así pues surgen unas cuantas preguntas: ¿Peca la piscina parisina de una escasa profundidad? ¿Incumple los estándares mínimos? Si es así, ¿Cómo ha sido posible? Y la pregunta del millón… ¿En qué medida afecta a los atletas?
Una de esas preguntas la respondía con claridad el propio Hugo González: la piscina cumple y no cumple con los estándares, aunque suene contradictorio. El motivo es que, más que de metros de calado, se trata de una cuestión de tiempos, de calendario. «Sabemos que a día de hoy no cumple las reglas de World Aquatics. Cuando la construyeron sí las cumplía, pero ahora la profundidad son 2,5 m y esta mide entre 2,1 y 2,20», explicaba en declaraciones recogidas por la SER.
Un cambio a destiempo. He ahí la clave. El diario Le Parisien precisa que la profundidad del vaso prefabricado de acero inoxidable no pasa de 2,15 m —algunas fuentes hablan de 2,2 m—, lo que se ajustaba perfectamente al mínimo requerido por la federación en el momento de su certificación. El problema es que no mucho después el organismo revisó sus pautas y empezó a exigir piscinas de 2,5 m de profundidad, sensiblemente por encima de la piscina de La Defénse.
No es una cuestión menor, como han dejado claro los propios nadadores olímpicos. Y buena prueba es que el tema se ha colado en el debate en torno a los JJOO de París. A modo de referencia, suele considerarse que la profundidad ideal para una piscina es de tres metros. AP recuerda que en las pruebas de Indianápolis la piscina portátil que se instaló medía 2,8 y se ganaron dos récords mundiales.
¿Tanto influye la profundidad? La clave estaría en la física de fluidos. Más concretamente en los vórtices que, explica el biomecánico Raúl Arellano a El País, generan los nadadores de élite durante ciertas fases del nado subacuático. «Son flujos rotacionales, parecidos a una ola, que empujan a los nadadores y producen su máxima energía cuando se hacen en zonas suficientemente amplias”, abunda el experto: «Pero si te acercas demasiado al fondo o la superficie, esos vórtices son menos eficientes. Los nadadores bajan más de 1,5 m. Si la piscina es de 2,5 aún te queda un metro por debajo. En París la distancia con el fondo se ha reducido».
La clave estaría por lo tanto en cómo afecta la profundidad de la piscina a los nadadores mientras avanzan bajo el agua. Quizás parezca una cuestión menor, pero cuando se trata de deportistas de élite, récords que se miden en centésimas de segundo y pruebas más largas, como 400 metros, su influencia no es menor.
«Cuando nadas, generas una ola, y la ola va detrás y pasa por debajo», coincide en The New York Times Amandine Aftalion, del Centro Nacional de Investigación de Francia: «Si la piscina es demasiado poco profunda, la ola se refleja en el fondo y provoca turbulencias en el agua, por lo que frena a los nadadores. Desde 2008, se aconseja tener una piscina de tres metros de profundidad […]. El mínimo es dos metros, pero se aconseja tener tres metros, porque es mucho mejor para los récords y porque limita las olas que se reflejan en el fondo y crean resistencia».
¿Hay más explicaciones? Sí. En un artículo publicado en The Conversation, Shane Keating, profesor de la UNSW Sydney, profundiza en cómo la la piscina de La Défense puede estar influyendo en los deportistas y reconoce la posibilidad de que los nadadores, sobre todo en carreras como los 400 m estilo libre, «ajusten de forma inconsciente su ritmo para adaptarse a la menor velocidad de la superficie».
Sin embargo, Keating deja botando también otros factores relevantes que explicarían la sequía de plusmarcas: una «percepción» de la «piscina lenta» o sencillamente que los atletas, poco a poco, «se estén acercando a los límites del rendimiento humano». «Al menos hasta que descubramos cómo romperlos una vez más», apostilla. Hasta entonces considera que «no debería sorprendernos que la tasa de actuaciones que baten récords disminuyan con el tiempo».
Hay quien apunta otras teorías, como la «presión» que sienten los nadadores en el pabellón al nadar ante un público multitudinario. «La gente se pone mucha presión y expectativas», reconoce el velocista australiano Kyle Chalmers a Associated Press: «Mucha gente nunca ha nadado en los Juegos Olímpicos. La energía nerviosa de tener a unos 15.000 aficionados en el estadio es una locura. Personalmente, me encanta, pero creo que la gente definitivamente se derrumba bajo esa presión».
Imágenes | SpecialOCanada (Flickr) y Leah Hetteberg (Unsplash)